Hay momentos en los que estamos tan enfadados/as que sentimos que
vamos a explotar. Incluso hay personas que dicen pasar de la calma o la
tranquilidad a un estado de ira intensa en cuestión de segundos, sin
apenas poder pensarlo, como si de una reacción instintiva se tratase.
Puede que haya situaciones concretas, personas o actitudes que hagan que
nos irritemos con mucha facilidad, o al menos eso es lo que nosotros
pensamos.
Sin embargo, esa reacción que aparece rápidamente y que incluso
transcurre en unos pocos segundos, se caracteriza por tener un largo
proceso detrás que es necesario analizar y conocer bien para entender lo
que está sucediendo.
Al igual que ocurre con muchas otras de nuestras conductas, en gran
parte se trata de un hábito aprendido asociado a determinadas
situaciones. Más bien, relacionado con la interpretación que hacemos de
esas situaciones. De hecho, esta es la razón que explica que a cada
persona le influyan las circunstancias del entorno de diferente manera,
es decir, cómo explicamos lo que está pasando a nuestro alrededor. En
una misma situación diferentes personas podrán tener reacciones también
diferentes. Esto quiere decir que cambiarán todos los niveles de
respuesta (pensamientos, emociones, sensaciones físicas, conductas,
verbalizaciones, etc) según la interpretación que la persona haga de lo
que le sucede. Algo que parece tan obvio es la base de la terapia
psicológica con adultos y adolescentes y en algunos casos de psicología
infantil, siempre y cuando el niño haya alcanzado un desarrollo mental
suficiente como para ser consciente de sus propios pensamientos.
El enfado es una emoción que aparece cuando nos sentimos invadidos en
nuestro espacio personal, entendido este concepto en un sentido amplio
(es decir, cuando esperamos que alguien haga algo y no lo hace, o al
contrario, cuando no queremos que alguien haga algo y lo hace, etc).
Cuando nos enfadamos ocurre habitualmente que aparecen en nosotros
pensamientos negativos hacia la fuente que ha ocasionado esta emoción.
La clave de la terapia psicológica cognitiva, es decir, centrada en los
pensamientos, está en el control y manejo de esas verbalizaciones e
imágenes que se nos vienen a la mente de manera casi automática. En
ocasiones son tan automáticos que apenas somos conscientes de ellos. La
ayuda de un psicólogo es importante para analizar lo que sucede en
nuestro interior y encontrar esos pensamientos negativos. De hecho,
estos pensamientos suelen tener grandes sesgos en la valoración que
hacemos de las situaciones. Suelen ser poco objetivos y no tener en
cuenta todas las posibilidades de interpretación. Por ello ocurre que
cuando la ira desaparece al cabo del tiempo, solemos decir que “somos
capaces de pensar con mayor claridad”. Y es que es entonces cuando han
desaparecido los pensamientos negativos sesgados, o al menos somos
capaces de darles una menor credibilidad. Esto nos lleva en muchas
ocasiones a arrepentirnos de nuestra conducta anterior mientras nos
encontrábamos en el estado psicológico de ira. Realizar actividades que
nos distraigan, con la guía de un psicólogo, puede ser de gran utilidad
para facilitar este proceso. Además, el psicólogo también nos ayuda a
analizar desde una visión más objetiva esos pensamientos sesgados y poco
objetivos, y así poder poner en práctica estrategias que nos permitan
manejar emociones tan intensas como la ira y sus consecuencias negativas
en nosotros y en el entorno.
info@psicologos-psicon.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario