martes, 21 de agosto de 2012

Comunicación interpersonal: la empatía, entender a los demás

Para tener unas relaciones interpersonales satisfactorias es fundamental saber comunicarnos con los demás. Esta comunicación implica ser capaces de entender a los otros, así como hacernos entender. Esto que puede parecer una tarea sencilla, en muchos casos se trata de una de las labores más complejas de las relaciones humanas. La ausencia de un entendimiento adecuado puede perjudicar enormemente nuestras relaciones, dando lugar a malentendidos rodeados eso sí, de las mejores intenciones por ambas partes.

A todos nos ha pasado alguna vez que hemos querido dar un consejo a alguien que está pasando por un mal momento y parece que este no ha sido bien recibido. Incluso sucede cuando el mensaje pretendía transmitir nuestra mejor intención y el ofrecimiento de ayuda hacia el otro ante sus dificultades. A veces también nos cuesta entender este rechazo porque pensamos que se trata de un buen consejo y creemos tener la certeza de que se trata de la decisión más óptima que “debería” o creemos que debería tomar la otra persona.

Sin embargo, para llegar a comprender mejor al otro deberíamos en primer lugar, tratar de entender el mundo desde su visión (“ponernos sus gafas para ver el mundo”), y sólo entonces podremos ser capaces de responder a sus necesidades y si el otro lo requiere, aconsejarle. Hablamos de aquél aspecto tan relevante de la comunicación que llamamos empatía. Esta se ha definido en múltiples ocasiones como la capacidad de ponernos en el lugar del otro y en última instancia de ello trata, aunque cabría especificar con mayor detalle. La empatía es una habilidad interpersonal fundamental que implica no sólo ponerse en el lugar del otro, sino además la capacidad de sentir e interpretar el mundo del mismo modo en que lo hace aquél. Para ello es necesario en primer lugar trasladar nuestra experiencia a la de la otra persona; de hecho, el error más frecuente suele darse cuanto tratamos de interpretar las experiencias de los demás desde nuestra propia visión. La única manera de alcanzar esa empatía es interpretando el mundo de la otra persona tal y como lo haría ella, para de esta manera poder comprender sus sentimientos y a veces incluso sentirlos.

Además, es necesaria una buena dosis de aceptación de la situación y del sentir del otro, rechazando todo tipo de juicio que pueda venirnos de manera casi automática. La persona que nos cuenta su problema muchas veces no necesita otra cosa que expresar cómo se siente, percibiendo en quien le escucha esa aceptación de su malestar, carente de juicio. Cabe resaltar que la ausencia de juicio no implica que no tengamos una opinión sobre la situación, aunque hay que tener en cuenta que la otra persona no siempre quiera escucharla. Probablemente nuestro interlocutor ya ha pensado en todas las alternativas de actuación ante su problema, y los consejos que se nos ocurren a los demás no resultan novedosos. Si la otra persona desea conocer nuestra opinión es muy probable que nos lo haga saber; de no ser así, es casi seguro que necesita expresar lo que siente y ser escuchado sin más. Por tanto, la empatía es una habilidad que requiere una gran capacidad de escucha, sabiendo para ello hacer las preguntas apropiadas y evitando dar consejos no solicitados por el otro.

Las personas con mayor grado de empatía son capaces de comprender los diferentes puntos de vista de muchas personas y entender los sentimientos de aquéllas ante las mismas situaciones. Si bien es cierto que llevar a nuestras espaldas una determinada experiencia nos hace más susceptibles de alcanzar un mayor grado de empatía con quienes la están viviendo, no resulta imprescindible que hayamos tenido esa vivencia para poder empatizar con ellos. De hecho uno puede haber vivido muchas situaciones diferentes pero no haber reflexionado sobre las diferentes formas de interpretarlas y sentirlas, por lo que no siempre tener más experiencias conlleva entender mejor a los demás. Para llegar a empatizar con diferentes personas en gran variedad de situaciones es necesario que en cada experiencia que tengamos (no necesariamente en situaciones excepcionales, sino también en nuestra vida cotidiana) entrenemos esta habilidad psicológica, tratando de comprender emocionalmente los distintos puntos de vista posibles. Para ello debemos comprender que nuestra manera de vivir las experiencias no es la única ni la más válida, sino que existen otros modos alternativos de entender las mismas situaciones, apoyadas en la existencia de diferentes esquemas mentales y emocionales; aspecto que enlaza directamente con la capacidad de aceptación de las vivencias ajenas y la ausencia de juicio hacia las mismas.

Al igual que sucede con otras habilidades interpersonales, la empatía puede trabajarse en una terapia psicológica encaminada a aumentar, entre otras aptitudes propias de las relaciones humanas, la sensibilidad interpersonal. Del mismo modo que existen diferencias individuales entre las personas en cuanto a la expresión espontánea (probablemente fruto de sus aprendizajes previos) de conductas interpersonales adecuadas, sucede lo mismo con la sensibilidad interpersonal y la habilidad para ponerse en el lugar de los demás (e interpretar y sentir el mundo del mismo modo que ellos). Quizá la falta de observación y reflexión acerca de los efectos de las conductas propias o ajenas sobre los sentimientos de otros, la ausencia de modelos que lo hicieran en sus aprendizajes previos, la ausencia de interés o dedicación a esta tarea, etc, sean argumentos susceptibles de explicar esas diferencias individuales.

La empatía por tanto, es una habilidad psicológica que nos ayuda enormemente en nuestras relaciones interpersonales. Podemos pensar en situaciones cotidianas, como el efecto que pueden tener nuestras conductas (aparentemente o desde nuestro punto de vista inofensivas y en absoluto malintencionadas) verbales y no verbales sobre los sentimientos de los demás, entender por qué algunos toman determinadas decisiones que no compartimos, por qué se sienten mal algunas personas ante circunstancias que a nosotros nos resultan triviales (por ejemplo los miedos de algunas personas en determinadas circunstancias), por qué nuestros hijos/as llevan a cabo conductas que nos parecen inadecuadas, o por qué alguien puede llegar a hacernos daño sin ser consciente de ello, entre otras.

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