Para tener unas relaciones interpersonales satisfactorias es
fundamental saber comunicarnos con los demás. Esta comunicación implica
ser capaces de entender a los otros, así como hacernos entender. Esto
que puede parecer una tarea sencilla, en muchos casos se trata de una de
las labores más complejas de las relaciones humanas. La ausencia de un
entendimiento adecuado puede perjudicar enormemente nuestras relaciones,
dando lugar a malentendidos rodeados eso sí, de las mejores intenciones
por ambas partes.
A todos nos ha pasado alguna vez que hemos querido dar un consejo a
alguien que está pasando por un mal momento y parece que este no ha sido
bien recibido. Incluso sucede cuando el mensaje pretendía transmitir
nuestra mejor intención y el ofrecimiento de ayuda hacia el otro ante
sus dificultades. A veces también nos cuesta entender este rechazo
porque pensamos que se trata de un buen consejo y creemos tener la
certeza de que se trata de la decisión más óptima que “debería” o
creemos que debería tomar la otra persona.
Sin embargo, para llegar a comprender mejor al otro deberíamos en
primer lugar, tratar de entender el mundo desde su visión (“ponernos sus
gafas para ver el mundo”), y sólo entonces podremos ser capaces de
responder a sus necesidades y si el otro lo requiere, aconsejarle.
Hablamos de aquél aspecto tan relevante de la comunicación que llamamos
empatía. Esta se ha definido en múltiples ocasiones como la capacidad de
ponernos en el lugar del otro y en última instancia de ello trata,
aunque cabría especificar con mayor detalle. La empatía es una habilidad
interpersonal fundamental que implica no sólo ponerse en el lugar del
otro, sino además la capacidad de sentir e interpretar el mundo del
mismo modo en que lo hace aquél. Para ello es necesario en primer lugar
trasladar nuestra experiencia a la de la otra persona; de hecho, el
error más frecuente suele darse cuanto tratamos de interpretar las
experiencias de los demás desde nuestra propia visión. La única manera
de alcanzar esa empatía es interpretando el mundo de la otra persona tal
y como lo haría ella, para de esta manera poder comprender sus
sentimientos y a veces incluso sentirlos.
Además, es necesaria una buena dosis de aceptación de la situación y
del sentir del otro, rechazando todo tipo de juicio que pueda venirnos
de manera casi automática. La persona que nos cuenta su problema muchas
veces no necesita otra cosa que expresar cómo se siente, percibiendo en
quien le escucha esa aceptación de su malestar, carente de juicio. Cabe
resaltar que la ausencia de juicio no implica que no tengamos una
opinión sobre la situación, aunque hay que tener en cuenta que la otra
persona no siempre quiera escucharla. Probablemente nuestro interlocutor
ya ha pensado en todas las alternativas de actuación ante su problema, y
los consejos que se nos ocurren a los demás no resultan novedosos. Si
la otra persona desea conocer nuestra opinión es muy probable que nos lo
haga saber; de no ser así, es casi seguro que necesita expresar lo que
siente y ser escuchado sin más. Por tanto, la empatía es una habilidad
que requiere una gran capacidad de escucha, sabiendo para ello hacer las
preguntas apropiadas y evitando dar consejos no solicitados por el
otro.
Las personas con mayor grado de empatía son capaces de comprender los
diferentes puntos de vista de muchas personas y entender los
sentimientos de aquéllas ante las mismas situaciones. Si bien es cierto
que llevar a nuestras espaldas una determinada experiencia nos hace más
susceptibles de alcanzar un mayor grado de empatía con quienes la están
viviendo, no resulta imprescindible que hayamos tenido esa vivencia para
poder empatizar con ellos. De hecho uno puede haber vivido muchas
situaciones diferentes pero no haber reflexionado sobre las diferentes
formas de interpretarlas y sentirlas, por lo que no siempre tener más
experiencias conlleva entender mejor a los demás. Para llegar a
empatizar con diferentes personas en gran variedad de situaciones es
necesario que en cada experiencia que tengamos (no necesariamente en
situaciones excepcionales, sino también en nuestra vida cotidiana)
entrenemos esta habilidad psicológica,
tratando de comprender emocionalmente los distintos puntos de vista
posibles. Para ello debemos comprender que nuestra manera de vivir las
experiencias no es la única ni la más válida, sino que existen otros
modos alternativos de entender las mismas situaciones, apoyadas en la
existencia de diferentes esquemas mentales y emocionales; aspecto que
enlaza directamente con la capacidad de aceptación de las vivencias
ajenas y la ausencia de juicio hacia las mismas.
Al igual que sucede con otras habilidades interpersonales, la empatía puede trabajarse en una terapia psicológica
encaminada a aumentar, entre otras aptitudes propias de las relaciones
humanas, la sensibilidad interpersonal. Del mismo modo que existen
diferencias individuales entre las personas en cuanto a la expresión
espontánea (probablemente fruto de sus aprendizajes previos) de
conductas interpersonales adecuadas, sucede lo mismo con la sensibilidad
interpersonal y la habilidad para ponerse en el lugar de los demás (e
interpretar y sentir el mundo del mismo modo que ellos). Quizá la falta
de observación y reflexión acerca de los efectos de las conductas
propias o ajenas sobre los sentimientos de otros, la ausencia de modelos
que lo hicieran en sus aprendizajes previos, la ausencia de interés o
dedicación a esta tarea, etc, sean argumentos susceptibles de explicar
esas diferencias individuales.
La empatía por tanto, es una habilidad psicológica
que nos ayuda enormemente en nuestras relaciones interpersonales.
Podemos pensar en situaciones cotidianas, como el efecto que pueden
tener nuestras conductas (aparentemente o desde nuestro punto de vista
inofensivas y en absoluto malintencionadas) verbales y no verbales sobre
los sentimientos de los demás, entender por qué algunos toman
determinadas decisiones que no compartimos, por qué se sienten mal
algunas personas ante circunstancias que a nosotros nos resultan
triviales (por ejemplo los miedos de algunas personas en determinadas
circunstancias), por qué nuestros hijos/as llevan a cabo conductas que
nos parecen inadecuadas, o por qué alguien puede llegar a hacernos daño
sin ser consciente de ello, entre otras.
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